¿Esquimales?
Los pasajeros tenían una inquietud: ¿de dónde eran los secuestradores? ¿Esquimales, acaso? ¿Entonces por qué no sentían o no parecían sentir el calor abrazador de dentro del avión? El hombre alto, el jefe, vestía pantalón gris a rayas, medias grises, zapatos negros y suéter de lana gris; el otro, un saco color atabacado («café», en Colombia) ¡y no se lo quitaron en ningún momento!, a pesar de que varias veces se cambiaron de ropa.
Las azafatas racionaron el pan y el agua. Sólo unos vasos por día y unos cuantos panes. Al medio día los pobres secuestrados ya no sabían si estaban en un avión o dentro de una gigantesca olla de presión puesta al fuego. Aun así, a Hernando Jiménez, el Patas, todavía le quedaba aliento para bromear: caminaba batiendo una bandeja en la mano a modo de abanico diciendo: «A peso la “ventiadita”…».
Las que más sufrían ahora eran las mujeres. Iban sólo tres: la esposa de Álvaro Lloreda, hijo del propietario del diario El País (María Antonia), una de gafas cuadradas (Silvia Betancur) y otra muy bonita a quien tomaron como rehén (Reina Luna). Como a eso de las 2.30 de la tarde la desesperación llegó al límite, se quebró y vino luego una gran tranquilidad, verdadera paz. Los que pudieron dormitaron con el rostro sudoroso pegado al asiento. Así dieron las cuatro.
En ese momento el ciclista José Barreto se levantó a hablar con el jefe de los secuestradores. Discutieron. Barreto le mostró un carné. «Somos ciclistas… de la liga del Valle…Vamos a competir en el Clásico RCN… Ayúdenos a no perder esta oportunidad…».
No hablaron más de cinco minutos. El jefe hizo bajar la escalerilla. Rateguí se paró, sonámbulo de tanto dormir. Carlos Montoya renació, recuperó el color perdido entre Pereira y Medellín… y los ciclistas salieron de la aventura. Durante las próximas horas iban a salir muchos más. La puerta se cerró.
Grupo de ciclistas de la Liga del Valle, liberados en Aruba.
Foto: archivo El Tiempo.
Foto: archivo El Tiempo.
Germán Murillo, el ingeniero de vuelo, fue quien protagonizó el incidente más grave con los secuestradores: uno de ellos le ordenó bajar la puerta principal para dejar bajar a los ciclistas, pero estaba atascada porque los mismos encapuchados la habían operado mal en ocasiones anteriores. El segundo oficial de a bordo le explicó lo que sucedía, pero violentamente el secuestrador se le acercó y le ordenó de nuevo que la bajara mientras le ponía la pistola en el cuello. «Pero, señor —dijo el ingeniero—, ¡está trabada!» Entonces, enfurecido, el secuestrador le dijo: «Váyase» y le dio un puñetazo en la cara.
Entre tanto, la situación para el resto de los pasajeros se tornaba más tensa y peligrosa ante las amenazas de muerte de parte de los secuestradores. Así que en la salita de forma de herradura de la cola del avión se consolidó un plan de fuga o de ataque. Allí había una portezuela de emergencia muy bien mimetizada. Los secuestradores jamás se acercaron a la salita, quizá porque tenían algo de miedo o pensaban que los atacarían los pasajeros que allí permanecían; y en efecto, ése era el plan, ante el menor descuido de aquéllos. No obstante, los pasajeros de esa área previeron otra alternativa: la huida intempestiva y colectiva. Se corrió la voz y el secreto se mantuvo. El ingeniero de vuelo, aprovechando que los secuestradores le habían ordenado sentarse con los pasajeros en la salita, comenzó a manipular el mecanismo de la portezuela de emergencia. Los ciclistas ya estaban lejos, ya eran apenas unos punticos que se perdían en el horizonte, cuando ambos secuestradores entraron en la cabina y el avión prendió motores y comenzó a moverse.
De pronto Ospina empujó la puerta de un golpe. Ya el avión rugía. Cuando entró la luz exterior se coló un ruido feroz en la parte de atrás del avión. Los dos encapuchados debieron de darse cuenta. Sin embargo, para no atraer la atención de éstos, volvió a acomodar la puerta en su lugar; pero luego desistió y la gente comenzó a lanzarse al vacío en tropel. ¡El sueño de fuga se había hecho realidad!
Con la brisa fresca que entraba por la puerta trasera de emergencia, abierta de prisa, Guillermo Lombana, juez de llegada del Clásico, pensó: «¡Conque me dejaron…! ¡Después que yo…!». Inútilmente se repetía que una fuga era una fuga y que él no había estado cerca de la salita. Estaba muy amargado. En la cabina apareció el encapuchado más alto, que caminó hacia atrás. De pronto notó la puerta abierta, las sillas silenciosas y la ausencia de gente. «¡Se fueron…! ¡Se fueron…!», gritó. Y en la voz se le notaba una inmensa furia.
Actué como Copiloto en el secuestro del L-188 Electra de SAM hacia Arriba ( primer tripulación)
Pero los Copilotos de esa época eramos totalmente ignorados. El héroe fué el Capitán Jorge Lucena.
Ni siquiera el CAP. Pedro Ramírez QEPD lo nombraron por ninguna parte siendo el líder de la segunda tripulación ( primer oficial).
Capitán Pedro Gracia, un cordial saludo, soy oficial de la FAC y mucho nos gustaría conocer su relato a través de un conversatorio por Zoom que hemos organizado con ocasión de la pandemia y que tiene una gran audiencia pues toca temas desconocidos sobre la aviación. Traté de montar el enlace de la reunión de hoy “Milagro en el Cerro Las Lajas” para que viera cómo se desarrolla la charla pero me devuelve error al publicarlo. Mi correo es elagraviado@hotmail.com y mucho nos gustaría poderlo contactar e invitar. Gracias
Capitán Gracia, le comento que para escribir el artículo me apoyé en periódicos y revistas de la época, especialmente “El Tiempo” y “Cromos”. De manera que seguramente haya bastantes omisiones porque el trabajo de edición fue muy arduo al tomar partes de columnas del periódico que correspondieran a la cronología y conservaran la secuencia del relato; más o menos como coser una colcha de retazos. Pero usted, que fue protagonista y testigo de primera línea, podría contribuir con más detalles para ampliar, enmendar o corregir el artículo. Le extiendo esa cordial invitación, pues sería muy interesante. A propósito: su nombre es bastante conocido para cualquiera que haya volado en Avianca en las décadas del ochenta y siguientes. Lo saludo muy cordialmente y espero que se encuentro disfrutando de cabal salud junto con toda su familia. // Néstor Clavijo, coautor del artículo
Estimado Nestor, reconstruí el secuestro de SAM y otros más de aquella época de piratería aérea en el libro que publiqué el año pasado, “Los Condenados del Aire”. Como bien comenta, fue muy complicada la reconstrucción del secuestro, muchas omisiones en El Tiempo y el Diario del Caribe, así que tuve que mirar diarios de Ecuador, Aruba, Mexico, Argentina, además de hablar con las azafatas de la segunda tripulación y las familias de los pilotos. Fue un trabajo duro pero al mismo tiempo muy bonito, el gremio de pilotos y azafatas es apasionado y muy noble. Cordial saludo. Massimo Di Ricco
Muy bueno y bien documentado el relato del secuestro aéreo más largo de Latinoamérica.
Señores Pilotos felicitaciones por su gran labor en pro de la historia de la aviación en Colombia y gracias por sus amables comentarios.
Faltan los secuestro de dos aeronaves Douglas DC-3, ambos acaecidos sobre territorio de Casanare durante los años de 1969 y 1970 a saber. 1. Douglas DC-3 – HK-500 de LA URRACA, llevado a Cuba el 20 de Junio de 1969. 2. Douglas DC-3 – HK-121 de AVIANCA llevado a Cuba el 21 de Mayo de 1970.
Cordial saludo, Pedro, estoy investigando el secuestro del vuelo para un producto audiovisual. Si pudiera contactarme al correo miguelangelfaj@gmail.com le puedo comentar bien el proyecto. Michas gracias.