El secuestro aéreo más largo de Colombia

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Noventa Años de Aviación Civil en Colombia
 
Logo de SAM (Sociedad Aeronáutica de Medellín).Aunque éste fue el cuarto secuestro de un avión de SAM (Sociedad Aeronáutica de Medellín) y el primero que no se pudo frustrar, porque tres lograron impedirse a bordo, y aunque no tuvo fines políticos y lo realizaron personas sin antecedentes en esta clase de delitos, batió todas las marcas de resistencia, publicidad, territorio recorrido, expectativa y final novelesco. Aquí se lo contamos con lujo de detalles.

—Entonces, ¿definitivamente no? —Preguntó el hombre en la puerta.
—Vos sabés muy bien cuál es el problema —Dijo ella, mirándolo a los ojos.
—Entonces adiós y buena suerte… Pronto tendrás noticias mías —y el futbolista se dio media vuelta y entró en el hotel Residencias Pacífico de Tuluá.
 
El martes 29 de mayo de 1973 un hombre alto de ojos vivos verdes y acento extranjero llegó a las oficinas de Sam en Cali y compró un pasaje para viajar de Pereira a Medellín al otro día.
 
A la 1.08 de la tarde del 30 de mayo el Lockheed Electra L-188 HK-1274 (Venus) despegó del aeropuerto Palmaseca (ahora Alfonso Bonilla Aragón) de Palmira, que sirve a Cali, para realizar el vuelo 602 con destino a Matecaña (Pereira) y continuar luego hacia Medellín, Barranquilla, Santa Marta, Cartagena y regresar a Cali.
HK-1274, Lockheed L-188 Electra
HK-1274, Lockheed L-188 Electra.
Imagen: Colección de Camilo Luengas.
 
 
Publicidad HK-1274 
Publicidad del Lockheed Electra L-188 HK-1274.
Imagen: Colección de Camilo Luengas.
 
La Tripulación
  • Primera Tripulación:
    • Comandante: Jorge Lucena
    • Copiloto: Pedro Gracia
    • Ingeniero de Vuelo: Tulio Lozano
    • Auxiliares de Vuelo: Germán Murillo, Nancy López y Alexis Arango.
  • Segunda Tripulación que relevó en Aruba:
    • Comandante: Hugo Molina
    • Copiloto: Pedro Ramírez
    • Ingeniero de Vuelo Alfredo Schiffert
    • Auxiliares de vuelo: Magola González, Edelmira Pérez y María Eugenia Gallo.
  • Tercera Tripulación que viajó a Lima y de ahí a Buenos Aires para traer el avión de regreso:
    • Comandante: Luis Carlos Kilby
    • Copiloto: Mario Rincón
    • Ingeniero de Vuelo: Dagoberto Vargas
La hora cero
 
Poco antes de las 2.08 de la tarde todo era normal en el avión. Pero luego se escucharon dos detonaciones. Sobre el pasillo, en el centro del avión, un hombre avanzaba con una pistola Beretta calibre 7.65 niquelada con el percutor levantado. Con la otra mano sujetaba firmemente del brazo a una de las azafatas y la llevaba casi a rastras hacia la cabina de pilotos. No sonaron más disparos. Delante de ellos, otro hombre, también armado de pistola, se metía en la cabina, que estaba abierta en un descuido increíble. «¡Secuestro!». La palabra se metió en el cerebro de cuantos estaban atentos a la escena. El hombre que iba adelante asomó la cabeza. Sólo se vio una masa negra con un par de puntos brillantes en el medio: llevaba una capucha larga y cuadrada. Si uno se fijaba bien, podía ver los orificios abiertos al azar, sin ninguna estética. Pocos minutos después, se escuchó la voz del comandante de la nave: «Les habla el capitán Lucena. Estos señores quieren que los llevemos a Aruba y vamos a llevarlos. Quédense tranquilos, que nada va a pasar…».
 
Aruba al atardecer
 
Entre las 3 y las 6 de la tarde el avión voló sobre Colombia, luego pasó por Maracaibo y después sobre una cadena de islotes al final de los cuales está Aruba. Dentro de la nave reinaba el nerviosismo, casi el pánico. Cuando los pasajeros se dieron cuenta de que los secuestradores les permitían entera movilidad dentro de la nave y que podían hablar entre sí, todo el avión se convirtió en un «hotel algarabía».
 
A las 6 de la tarde, hora colombiana, el avión aterrizó en Aruba. Al contrario de Medellín, allí no había nadie; se veía muy poca gente en tierra, tras las vallas. El avión carreteó, se situó como siempre en la cabecera de la pista y entonces aparecieron tres mecánicos que comenzaron a trabajar apresuradamente. Afuera del avión reinaba una «inusitada» claridad, pues en la isla sólo eran las 5 de la tarde.
El HK-1274 llega a Aruba por primera vez
El HK-1274 llega a Aruba por primera vez.
Foto: Revista Cromos.
No habían transcurrido ni cinco minutos desde el aterrizaje, cuando el capitán Jorge Lucena se comunicó con la torre de control. Los secuestradores no querían sólo transporte hasta Aruba: exigían ahora 200.000 dólares y la libertad de todos los presos políticos del Socorro (para aparentar un secuestro político, con las consiguientes ventajas que eso representaba). De esto se enteraron los pasajeros unos minutos más tarde, cuando el capitán les avisó por los altavoces.
 
Una hora después, la temperatura dentro de la nave era de cuarenta grados Celsius.
 
La noche de los descamisados
 
A pesar de que tenían que ser rudos, pues controlar a noventa personas no era fácil, los secuestradores nunca dejaron de ser conscientes de la situación ni decentes. Nunca profirieron una sola palabra soez durante toda la aventura. Se expresaban correctamente, tenían muy buen nivel cultural y trataron a la tripulación con firmeza pero con decencia, lo cual fue lo que más le llamó la atención al capitán Lucena. 
 
Los pasajeros sufrían mucho por el calor, y pronto fueron más de quince los que se despojaron de la camisa. Un niñito, dentro de su cunita de plástico (de pocos días de nacido), lloraba como loco. La madre también lloraba. Uno de los secuestradores, el más bajo, contempló la escena y después dialogó con su compañero, como siempre lo hacían: al oído. Entonces dejaron bajar a la señora con el niño. Ella fue la primera persona en bajar del avión. Para dejarla bajar, abrieron la puerta y desplegaron la escalerilla. Pero antes de hacerlo pusieron en cada lado de la puerta a una azafata en cuya nuca reposaba el cañón de una pistola. «Cualquier traición, cualquier movimiento raro y ¡pum!», dijeron.
 
Minutos más tarde soltaron otro grupo de mujeres, y entre ellas a un señor «vivo» que convenció a los secuestradores de que una de las señoras era la mamá y estaba muy enferma. Gracias a esa triquiñuela, fue el primer hombre en bajar del avión.
 
Grupo de mujeres que descendieron en Aruba. Entre ellas, en primer plano, la religiosa Blanca Rubio
Grupo de mujeres que descendieron en Aruba. Entre ellas, en primer plano, la religiosa Blanca Rubio.
Foto: Revista Cromos.
A las 8 de la noche se acabó la comida. Quedaba muy poca cuando aterrizó el avión, y los pasajeros consumieron todos los emparedados a esa hora. El agua era otro problema. Tuvieron que traerla de la terminal, lo mismo que el hielo, en cubitos, en cajas de cartón. Al pedir comida, a los pasajeros les enviaron pan con queso, o sin él, y pan con una rebanadita de tomate en medio. Mejor dicho: nada.
 
A las mujeres que quedaron después del primer desembarco las hicieron pasar a los puestos de adelante. Así los hombres se verían impedidos de luchar para no ponerlas en peligro.
 
En medio de ese infierno, ocurrieron situaciones cómicas. Por ejemplo: los secuestradores vieron a una señora como de 35 años, cuyo esposo tenía unos 60. Le dijeron que bajara. «Sin mi esposo no», respondió. Quince minutos más tarde, la misma orden y la misma respuesta. Al final, la dejaron bajar con el esposo. Él, muy digno, se levantó de la silla, encaró a sus liberadores y les dijo: «No me bajo hasta que me entreguen las maletas». Por supuesto, todos en el avión rieron.
 
Hacia las 10 de la noche ya nadie aguantaba el calor ni el pánico. Entonces se prendieron los letreros luminosos fasten seat belt-no smoking y el avión se puso en marcha sin previo aviso. ¿Para dónde? Nadie lo dijo. Después se supo que era para Lima. Sin embargo, el avión regresó a Aruba después de volar mar adentro durante más de dos horas. En un comienzo los pasajeros pensaron lo que cualquiera pensaría: «Están locos; no saben lo que hacen». Tal vez pusieron a volar el avión simplemente para calmar el calor intenso dentro de la cabina y evitar una sublevación por desesperación. Pero no: el regreso se debió a que el capitán Lucena les explicó claramente a los secuestradores que en Lima quizá no conseguirían el aceite para los motores.
 
Hacia la una de la madrugada la nave volvió a aterrizar en Aruba. Y a las 8 comenzó a calentar el sol y aparecieron de nuevo el calor, el sudor, la sed, las incomodidades. Y más pan solo, o con una brizna de queso o de tomate. Uno de los pasajeros, Guillermo Ospina, redactor deportivo del diario caleño El País, a cada momento se acercaba a sus colegas y les decía: «Está lista la fuga… nos vamos…». Pero nadie se atrevía a hacer nada.
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8 Comentarios

  1. Pedro Gracia julio 22, 2020 Responder
    • jairo payan septiembre 17, 2020 Responder
  2. NÉSTOR CLAVIJO julio 25, 2020 Responder
    • Massimo Di Ricco marzo 9, 2021 Responder
  3. Pedro Gracia octubre 21, 2020 Responder
  4. Pedro Gracia octubre 21, 2020 Responder
  5. Walter Castillo octubre 26, 2021 Responder
  6. Miguel febrero 11, 2022 Responder

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