Flood recobró la conciencia todavía amarrado a su silla. Pero su silla estaba reposando, en su lado, en la parte de atrás del avión.
Samasundaram estaba desplomado en el asiento izquierdo, sin moverse.
Flood había estado inconsciente menos de dos minutos. Durante ese tiempo, se había prendido fuego a lo largo del avión y había quemado a ambos ocupantes.
Flood no lo sabía todavía, pero quemaduras de segundo y tercer grado habían cubierto casi todo su cuerpo y eventualmente perdería todo, o parte, de cada uno de sus dedos de la mano derecha.
Con gran esfuerzo, Flood se retorció hacia adelante, todavía enganchado a su silla.
La puerta derecha y casi todo el lado derecho del avión no estaban, y la aeronave estaba erguida, con fuego abrasador en las alas. El Barón había llevado suficiente combustible para regresar a Lincoln sin necesidad de reabastecerse, al menos unos 60 galones.
Intentó despertar a Samasundaram, pero el piloto no estaba respirando y no podía moverlo.
Flood se desató del cinturón de seguridad y empezó a caminar a través del campo de maíz hacia el aeropuerto, donde esperaba encontrar un teléfono para solicitar ayuda. Podía ver el faro del aeropuerto y las luces de pista a media milla, pero su progreso era lento en la lluvia y la oscuridad. Sus lentes de contacto se habían derretido en sus ojos, haciendo borrosa su visión.
“Pensé que nadie nos había visto estrellarnos”, dijo. “Luego vi dos pares de luces viniendo hacia mí”.
Era Brian Williams, el granjero cuya casa el avión había casi impactado, conduciendo una pickup, y Kendra Hallenbeck, quien estaba conduciendo su propia pickup al trabajo cuando vio el avión caer.
“¿Hay alguien todavía en el avión?”. Preguntó Williams.
Flood le contó sobre Samasundaram.
Luego, con Williams y Hallenbeck ayudando, Flood se subió al asiento del pasajero de su pickup y empezaron a conducir hacia el hospital. Iban lento, a unos 15 kilómteros por hora, debido a que la lluvia congelada ponía las carreteras peligrosamente lisas. Una ambulancia iba en la dirección opuesta. ¿Deberíamos pararla?
No, dijo Flood. “Esa ambulancia es para Raj”.
Samasundaram había muerto, aunque Flood no lo sabía. Williams y los rescatistas no podían hacer nada para salvarlo.
Mientras Flood iba camino al hospital, empezó a sentir dolor. La adrenalina se estaba terminando y el sol estaba saliendo. Flood podía ver que sus jeans se habían quemado por completo, su suéter se había derretido y su piel expuesta estaba negra y arrugada. Estaba cubierto de barro y tierra y, debido a que los granjeros de Nebraska típicamente dejan su ganado pastar en los campos cosechados, Flood se dio cuenta de que sus quemaduras seguramente se iban a infectar.
Flood temblaba, un síntoma físico común en las víctimas de quemaduras, que no pueden regular su temperatura corporal. Sentía el inicio de una sed insaciable.
“Sujeta mi mano”, le dijo a Hallenbeck. “Estoy asustado”.
Tiré la toalla
Los padres de Flood, David and Lenette, habían siempre apoyado su sueño de volar, y ellos lo habían animado a vivir en casa durante su universidad de manera que pudiera invertir todas sus ganancias en el vuelo.
Cuando David, un conductor de camión, y Lenette, una constructora de casas, se reunieron con su hijo en el hospital en Lincoln el 7 de febrero de 2001, aprendieron que en el frío cálculo de víctimas de quemaduras una simple fórmula indica las probabilidades de supervivencia de un paciente: sume su edad al porcentaje de piel quemada y réstele ese número a 100. En el caso de Flood, 22 años más 65 porciento de quemaduras, le daba un 13 porciento de chance de vivir. Y los doctores de Flood no eran tan optimistas puesto que el humo había dañado severamente sus pulmones.
Los doctores mantuvieron a Flood en un estado de animación suspendida por tres semanas. Durante ese tiempo, Williams visitó el hospital y escribió en el libro de visitantes que esperaba que pudieran ir a volar juntos, una vez Flood se recuperara. Pero cuando el granjero vio a Flood, casi que se arrepintió de haber salvado su vida.
“Estaba luchando por cada aliento”, dijo Williams. “Me preguntaba si él no hubiese estado mejor sin tener que sufrir de esa manera”.
Cuando Flood abrió sus ojos, su cuarto de hospital estaba decorado con fotos de aviones y fotos familiares. Sus padres sabían que iba a estar allí por meses y quisieron hacerlo sentir tan en casa como fuera posible.
Sin embargo, cuando Flood vio su reflejo, empezó a darse cuenta de cuánto había cambiado su vida – y cuán largo el camino de la recuperación sería. Flood evaluó su futuro y concluyó que volar para aerolíneas estaba fuera de toda cuestión.
“En pocas palabras, tiré la toalla”, dijo.
Piloto Comercial – PTL (actualmente Capitán de A320), ingeniero de sistemas y entusiasta de los viajes, la tecnología y la fotografía. Apasionado por la aviación desde que tiene uso de razón.
Fue Co-fundador de volavi en 2005, proyecto en el que se desempeña como Director General y Administrador de Sistemas.