10 experiencias para no perder en las islas Azores

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Islas Azores

No le faltan méritos a las islas Azores, un archipiélago de nueve islas a casi 1.500 kilómetros de Lisboa, para ser un destino de calidad, cercano y barato que puede convertirse en breve en uno de los favoritos de los viajeros españoles. En la inmensidad azul del Atlántico, la naturaleza creó una tierra repleta de belleza natural que espera a que la exploren: el archipiélago de las Azores. Están reconocidas como primer destino Quality Coast de platino del mundo y como segundo mejor archipiélago de turismo sostenible, según National Geographic; están en el Top 10 mundial para el avistamiento de cetáceos; son uno de los mejores destinos del mundo, según Lonely Planet; la región de Furnas en la isla de San Miguel es la zona volcánica más atractiva del mundo y, además, varias zonas de las islas son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.

Nueve islas, nueve pequeños mundos, que tienen tanto en común como de diferente, pero en las que la todos sus habitantes comparten su simpatía y amabilidad hacia el visitante. Un archipiélago que, por su lejanía, por estar en medio del Atlántico norte, han sido mil veces perdidas y halladas. Fueron descubiertas por Diogo de Silves en el siglo XV y colonizadas después por navegantes en busca de nuevas tierras para la esperanza.

Los volcanes, con un ojo abierto y otro cerrado, siempre ansiando despertar y en cuyo fondo de los verdes cráteres que dominan la geografía isleña se han formado lagunas de agua cristalina y el océano furioso, confieren a los nacidos aquí un espíritu de supervivencia que les incita a pensar que cualquier cosa es efímera. Todo, menos su propia naturaleza: hay cráteres, fajãs, cascadas, piscinas entre la lava y muchas flores. En cada isla hay siempre un rincón donde sentirse parte del paisaje.

Si hay algo por lo que los azoreños llevan luchando desde mucho tiempo atrás es por mantener intactas sus costumbres, como si la vida les fuera en servir un vaso de vino, en secar pétalos de hortensias o en pintar de colores escamas de pez. Los viejos lobos de mar han dejado paso a gentes sencillas, apegadas a la tierra. La agricultura y la pesca son dos grandes fuentes de ingresos. Lejos están los tiempos en que los arponeros de las Azores eran los más demandados por las grandes compañías navieras, por su valor a la hora de dar caza a las ballenas. Hoy en día esta actividad está prohibida, pero los marineros siguen saliendo al océano para recordar antiguas historias.

Resulta difícil imaginar en qué gastaban su tiempo Francis Drake, Walter Rilley o Richard Greenville, esos temibles piratas que forman parte de la leyenda universal, durante su estancia en Ponta Delgada, en Flores, improvisada guarida en algún momento de sus vidas. Los imaginamos contemplando el océano, que resulta especialmente bravo en la cara norte de la isla, asomados a los acantilados desde alguno de los numerosos miradores que recorren la costa o quizás viviendo el atardecer más hermoso con el que pudieran soñar en el ilhéu de Monchique, el punto más occidental del continente europeo. La sensación de soledad se multiplica aquí hasta el infinito: tan sólo la silueta de la isla de Corvo, con su caldera envuelta en perennes nubes, devuelve a la realidad para hacernos olvidar la inmensidad del Atlántico.

Caminar por senderos imposibles que suben hasta el cráter de un volcán o descienden hasta playas de arena negra es una de las actividades al aire libre que se pueden realizar en las islas, auténtico paraíso para los amantes de las emociones fuertes. Windsurf, submarinismo, parapente, espeleología… hay miles de propuestas para estar en contacto con la naturaleza más pura. Basta con echar un vistazo desde cualquiera de sus muchos miradouros para darse cuenta de que estamos ante uno de esos pocos paraísos terrenales de los que se puede disfrutar en el mundo. Son muchas las rutas senderistas que se pueden realizar en cada una de las islas.

El origen de las Azores se encuentra grabado en los 1.766 volcanes que existen en este archipiélago, nueve de los cuales todavía se encuentran en activo. De toda esta riqueza natural nació el Geoparque de las Azores, que forma parte de la Red Europea y Global de Geoparques, y que pretende promocionar y proteger el patrimonio geológico de este archipiélago. En efecto, volcanes, naturaleza y vida marina son tres de sus muchos atractivos. Tempestades, volcanes y ballenas forman parte de sus mitos y leyendas.

Hay mucho que ver y hacer en las nueve islas. Aquí proponemos 10 experiencias que no hay que perderse.

1- Saborear el cocido bajo tierra de San Miguel. En las afueras de Furnas, en la isla de San Miguel, la mayor del archipiélago, se encuentra una caldera, con oquedades donde se pueden ver lodos en plena ebullición. Desprenden calor y de ellos sale a borbotones la tierra hirviendo. Como cada mañana, los micaelenses destapan los agujeros situados alrededor de los cráteres y colocan en su interior grandes ollas con carne y verduras. Seis horas después se produce el desentierro: no hay que demorarse, el cocido está listo para comer y es un gustazo. Muy cerca se encuentran las piscinas naturales de aguas férreas, con temperaturas en torno a los 28º C. del Parque de Terra Nostra, un vergel tropical de 12 hectáreas con plantas exóticas. Claro que no es lo único que hay que hacer en este isla. Este es también el mejor lugar para observar cetáceos, hasta más de veinte especies distintas entre ellos las ballenas azules, el mayor animal sobre la faz de la tierra, con cerca de 30 metros y hasta 150 toneladas. Por supuesto hay que disfrutar de la capital, Ponta Delgada, con su arquitectura peculiar en blanco perfilado del negro del basalto. Hay que pasear por su Praça de Gonçalo Velho Cabral, contemplar las Portas da Cidade, de 1783, levantadas en el punto exacto hasta el que llegaba el mar. Tras ellas se vislumbra la torre de la iglesia Matriz, con una hermosa portada de estilo manuelino en piedra blanca que fue traída ex profeso del continente. Otro de los lugares de encuentro en la isla es la avenida Infante Dom Enrique, conocida como la Marginal. Durante el día, por su agradable paseo marítimo; durante la noche, por sus animados bares que despliegan sus terrazas en cuanto hace buen tiempo. Hay que visitar los lagos de increíble belleza, bosques casi impenetrables con vegetación exótica, volcanes y pequeñas playas. La llamada “isla verde” es considerada por muchos como la más bonita y la más diversa de las Azores. La mitad Este está dominada por amplias extensiones de campos de té. La mitad Oeste, por lagos y montañas. A ambos extremos se llega por sinuosas y estrechas carreteras que se retuercen entre paredes de musgo. Los miradores del Pico do Carvão, Vista do Rei y Cerrado das Freiras, con sus espectaculares vistas sobre pequeñas lagunas, constituyen el preludio de lo que aguarda a 550 metros de altitud, en Sete Cidades. A la derecha, el lago Verde, a la izquierda, el Azul. Cuenta la leyenda que ambos lagos, formados en las antiguas bocas de un volcán, son producto de las lágrimas derramadas por dos enamorados, una princesa de ojos azules y un pastor de ojos verdes que fueron obligados a renunciar a su amor. Ambos lagos forman la imagen más repetida en todos los folletos turísticos que proponen las islas Azores como gran destino de naturaleza.

2- Tomar un vino Patrimonio de la Humanidad en Pico. En la segunda mayor isla del archipiélago y en la que se encuentra la montaña más alta de Portugal, precisamente Pico, que le dio nombre, con 2.351 m de altitud, y gracias a su clima seco y cálido, junto con la riqueza mineral de los suelos de lava y la disposición del terreno en un impresionante mosaico de piedra negra —los currais— ha permitido un creciente éxito del cultivo de la viña, en la que predomina la variedad verdelho que goza de fama internacional e, incluso, llegó hasta la mesa de los zares rusos. Toda una aproximación de lo más natural a la isla, de paisajes verdes y negros, donde se prodigan los famosos viñedos de Pico, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2004 y que tienen una particularidad única: estar encajonados en corralitos de lava. Un paisaje de viñas casi imposible, nacido del esfuerzo titánico de generaciones de vinateros. Algo apartado del centro abre sus puertas el Museu do Vinho, ubicado en un antiguo convento carmelita más tarde reconvertido en bodega. El 80 por ciento del vino azoriano se produce en Pico, con el verdelho como principal variedad. El museo propone un recorrido histórico por el mundo de la viticultura a través de documentos, barriles y numerosos utensilios. En Pico se encuentra uno de los mayores tubos de lava visitables del mundo, la Gruta das Torres, con cinco kilómetros de longitud embellecidos por diversos tipos de estalactitas y estalagmitas lávicas y paredes estriadas. Otras paradas obligadas son las lagunas de Capitão, de Caiado y de Paul, y también el mirador de Terra Alta situado en la carretera que rodea la isla por el norte, desde el cual se puede observar la isla de São Jorge, así como el paisaje que ofrece la riqueza forestal de la isla de Pico.

3- Estampar la firma junto a los amarres de Horta, en Faial. Hubo un tiempo en que los mapas hablaban de Faial como la “isla de la Ventura”. Porque era una auténtica aventura llegar hasta ella. Hoy, un moderno aeropuerto pone a Horta, su capital, en conexión con Lisboa en apenas unas horas. Su puerto, con mucho encanto, ha quedado como simple atraque de yates y embarcaciones deportivas, pero Horta fue durante años lugar de escala y aprovisionamiento de compañías balleneras de Nueva Inglaterra que reponían sus tripulaciones con valientes azoreños. Las tempestades, en muchas ocasiones, jugaban muy malas pasadas y, por eso, cada vez que los marineros ponían su pie en tierra estampaban su firma en un muro situado junto a los amarres dando gracias a Dios. Quien no lo hacía, tenía los días contados. Una superstición a la que siguen temiendo las tripulaciones de hoy en día: no hay un palmo de pared libre ni un trozo de suelo ni una roca sin su correspondiente grafiti multicolor. Visita imprescindible en el puerto es el legendario Café de Peter, con su museo de scrimshaw –grabados de escenas de la vida azoreña en huesos y dientes de cachalote– tras una puerta al fondo del local. Peter fue un tal José, rebautizado así por un marino inglés que recaló aquí durante la Segunda Guerra Mundial. José le trataba tan bien, que le pidió permiso para llamarle con el nombre de su hijo, a quien echaba mucho de menos. Durante años, Peter se encargó de enviar las cartas que los navegantes escribían a sus familias. En Horta no había central de correos, pero él se las ingeniaba para hacérselas llegar. La isla recibió el nombre de Faial por la abundancia de fayas, pero ninguna isla puede tener más motivos para sentirse orgullosa de los inmensos macizos de hortensias, en diversos tonos de azul, que enmarcan las casas, separan los campos y bordean las carreteras, y que justifican el título de Isla Azul. El Parque Natural de Faial fue el primer destino turístico portugués galardonado con el premio EDEN (European Destination of Excellence).

4- Practicar surf en la ventosa cara norte de São Jorge. Es la isla de las escarpas, de los acantilados y de las fajãs, una de las más verdes del archipiélago de las Azores y el lugar perfecto para unas vacaciones en contacto con la naturaleza y el mar. Paisajísticamente salta a la vista el contraste entre la cordillera central, que atraviesa la isla casi a todo lo ancho, y la escarpada y recortada costa, salpicada por las típicas fajãs que se adentran en el mar. Las fajãs son pequeñas planicies que se originaron debido al corrimiento de tierras o de lava. En esta isla hay más de 40 y en algunos casos solo se puede acceder a ellas a pie, motivo por el cual los senderos son una de las mejores formas de descubrirlas. Al pasear por la isla de São Jorge se puede admirar el terreno parcelado para la agricultura de subsistencia, las casas de piedra con ventanas de guillotina de tres hojas, las cascadas y los curiosos cables de acero que sirven para transportar la leña hasta las planicies costeras. La ventosa cara norte de la isla de São Jorge ofrece un escenario perfecto para la práctica del surf. Pero quienes no se animen podrán apreciar lo que el paso del tiempo y la acción de las aguas del océano ha excavado en la dura lava que conforma el litoral de São Jorge, creando puentes y arcos naturales, los más interesantes de los cuales se encuentran en Velas y en la planicie de Santo Amaro. La isla es famosa por los quesos que se elaboran a partir de la leche de las vacas que pastan a sus anchas casi por cualquier rincón de su geografía, ya que hay casi tantos ejemplares bovinos como habitantes.

5- Correr un “San Fermín” particular en Terceira. Entre los meses de mayo y septiembre, la isla de Terceira acoge la nada despreciable cifra de 220 touradas, su particular “San Fermín”. Los ganaderos trasladan desde los campos a las ciudades y pueblos jaulas con novillos que serán soltados después por las calles bajo la atenta mirada de los pastores, que, perfectamente ataviados con camisas blancas y sombreros negros, tirarán de ellos con una cuerda para evitar que se salgan del recorrido marcado. Todo un espectáculo, una gran fiesta en la que los habitantes de la isla aprovechan para hacer negocios, establecer nuevos vínculos sociales o, simplemente, disfrutar de la gastronomía más típica. Tal como el propio nombre indica, esta fue la tercera isla del archipiélago que se descubrió. Pero lo que hace que Terceira sea especial es el magnífico contraste entre la belleza natural de esta isla volcánica y el admirable trabajo del hombre en el centro histórico de Angra do Heroísmo, su capital. Fundada en 1534, fue la primera localidad de las Azores elevada al nivel de ciudad y clasificada como Patrimonio Mundial de la UNESCO. La bahía de Angra ganó gran relevancia no solo como centro de comercio interno de los productos regionales producidos en las demás islas, sino que asumió todavía un mayor protagonismo como escala intercontinental de las naves que navegaban entre Europa y las Américas y la India. El centro histórico de Angra do Heroísmo es testigo de los reyes y los nobles que pasaron por allí dejando atrás una bella arquitectura que se extiende en un entramado de calles, callejones, iglesias, palacios, casas señoriales, monumentos, plazas y jardines que han perdurado hasta la actualidad. No se puede dejar de visitar los fuertes de São Sebastião y de São João Baptista, ejemplos singulares de una arquitectura militar con más de 400 años, la Sé Catedral del siglo XVI, considerada el mayor templo del archipiélago de las Azores.

6- Meterse en un volcán en Graciosa. Clasificada por la Unesco como Reserva Mundial de la Biosfera, es la isla más al norte de las cinco que componen el Grupo Central del archipiélago de las Azores. Se la conoce como la Isla Blanca, denominación inspirada en las características geomorfológicas y en los elementos toponímicos de la isla. Y son justamente estas especiales características las que permiten vivir la experiencia única de adentrarse en un volcán. La Furna do Enxofre es una caverna volcánica –posiblemente, la mayor del mundo– a la que se accede a través de una torre, con unas escaleras de caracol que en vez de ascender descienden por las entrañas de la tierra con muy poca luz procedente del exterior iluminando cada escalón. Toda una aventura que culmina junto a un lago que recibe el agua de la lluvia a través de una cascada. La Caldera de Graciosa es el elemento paisajístico más emblemático de esta isla. Clasificada como Monumento Natural Regional, este cráter de grandes dimensiones y gran belleza, engloba también la Cueva de María Encantada y la Cueva del Azufre, verdaderos Santuarios de la Madre Naturaleza. Otra característica destacada del paisaje de esta isla son los molinos de viento con las cúpulas rojas, de inspiración flamenca y testigos de la abundante producción de cereales que hubo en otros tiempos. La isla tiene un municipio, Santa Cruz da Graciosa, que destaca por las casas típicas, las callejuelas empedradas, que ramifican desde la amplia plaza central, donde hay un templete, estanques de agua y araucarias. En el pueblo de Praia, destaca la Iglesia de San Mateo, que cuenta con un órgano de tubos de 1793, uno de los más bonitos de las Azores y, en Guadalupe, la Iglesia del mismo nombre que data del siglo XVII. En el Monte de Nuestra Señora de la Ayuda hay una agradable vista panorámica de Santa Cruz, la parte norte de la Isla. En esta zona se pueden también visitar tres ermitas dedicadas a S. Juan, S. Salvador y Nuestra Señora de la Ayuda. Esta última es uno de los mejores ejemplos de “arquitectura religiosa fortificada” en las Azores. Tiene anexa la “casa de los romeros”, destinada a acoger a los que se trasladan hasta allí en peregrinación.

7- Contemplar la “naturaleza vertical” de Isla de Flores. Flores es naturaleza en estado puro: la de sus acantilados y montes que se funden con la costa en pendientes verticales, la del continuo murmullo de cascadas que saltan desde lo alto de las laderas en dirección al mar, la del espejo líquido de las lagunas en el fondo de verdes cráteres volcánicos, la de los gigantescos prismas basálticos de Rocha dos Bordões, cementerio petrificado de báculos, rotundos y poderosos en el horizonte de Caldeira y Mosteiro. Un horizonte que se deshace después bajo el mar en busca de marisco y pescado entre rocas multicolor o al nadar en alguna de las piscinas naturales que surcan la isla. Integrada en la red mundial de Reservas de la Biosfera de la UNESCO, la isla de Flores, el territorio más occidental de las Azores y de Europa, cuenta con paisajes que son verdaderos paraísos. Se cree que su descubrimiento, alrededor de 1452, se debe al navegante Diogo de Teive y, aunque inicialmente se denominó isla de São Tomás o de Santa Iria, al poco tiempo se le cambió el nombre por el de Flores, debido a la abundancia de flores amarillas, los cubres, que recubrían toda la isla. Caracterizada por una costa muy recortada y extremadamente escarpada, Flores está marcada por el agua: cascadas, lagunas, ríos y pozos forman un catálogo de experiencias inolvidables que parecen concentrar en ellas toda la belleza natural que se encuentra dispersa en las otras islas del archipiélago. Debido a sus pequeñas dimensiones no resulta difícil recorrer toda la isla y una buena sugerencia para comenzar a descubrirla es empezar el día con un paseo en barco, desde el que se puede disfrutar de una vista diferente con estructuras rocosas y grutas sorprendentes. Es el caso del Arco de Santa Cruz das Flores o del islote de Maria Vaz, solo visibles desde el mar. Y también de la gruta de Enxaréus y de la de Galo. Para el resto del día quedan reservadas muchas más sorpresas, que habrá que descubrir trazando una ruta por los alrededores entre bosques de laurisilva hasta el Porto da Lomba. Para caminantes, dos recomendaciones: un paseo que sube hasta la Rocha do Touro, y otro que baja hasta la Fajã de Pedro Vieira.

8- Tomar una copa en el bar Com Vento de Corvo. En Corvo hay que ver sus famosos molinos de viento reconvertidos en Museo Etnográfico, que se elevan sobre el basalto negro siguiendo las trazas de los molinos que los árabes implantaron en Portugal. Pero también hay que contemplar el caldeirao, ese cráter de volcán extinto que, con sus 2.400 metros de perímetro, ocupa la mayor parte de la isla. Hay que llegar hasta él caminando, dejando que fluya alrededor el misterio y el silencio, especialmente intenso si se baja hasta el fondo. Otros puntos de interés en Corvo son el Pico de João de Moura, el Faro de la Ponta da Carneira, el Morro dos Homens –el punto más alto de la isla, antaño cobijo para protegerse de corsarios– y los acantilados de la Ponta Norte, que pasa por ser el punto más septentrional de las Azores, en la costa occidental. Después del intenso día al aire libre, la mejor opción no puede ser otra que la de tomar una copa en el bar Com Vento, una antigua casa rectoral cuyo símbolo es una monja con el hábito levantado por el viento. Un juego de palabras para comprender y no olvidar a esta isla de la eterna serenidad. Considerada también por la Unesco Reserva Mundial de la Biosfera, es la más pequeña de las nueve islas, con un área de apenas 17,1 km2. El único poblado de la isla, Vila Nova do Corvo, está implantado en una falda lávica (una fajã, en portugués) que constituye la principal superficie plana de la isla. Es una villa pintoresca y poco común, que se caracteriza por las fachadas de piedra negra, con decoraciones en blanco en las ventanas y en las puertas, y por las calles estrechas, localmente designadas canadas, empedradas con cantos rodados y losas pulidas por el uso. El uso de cerraduras de madera en las puertas de las habitaciones, fabricadas por los artesanos de Corvo, es una de las tradiciones que se mantienen y que simboliza la vivencia de una isla pacífica en la que todos se conocen.

9- Apreciar el colorido de las casas de Santa María. Por su proximidad fue la primera en ser descubierta y la que mejor ha conservado todo su patrimonio –en cada pueblo se pintan las casas de un color distinto–, gracias a su escasa actividad sísmica, con un cierto aire africano que se traduce en playas de arena tostada imposible de encontrar en cualquier otro rincón del archipiélago. Su ciudad más importante es Vila do Porto, fundada en la primera mitad del siglo XV, hay peces y moluscos que decoran sus aceras. El centro neurálgico de la ciudad es el largo de Nossa Senhora da Conceição, con un convento franciscano reconvertido en sede del Ayuntamiento y un quiosco de música en cemento. Los edificios más representativos de la villa son la iglesia matriz de Nossa Senhora da Assunção, la Misericórdia y el fuerte de São Brás, que, con sus nueve cañones, sirvió durante mucho tiempo para proteger a los habitantes de la isla de los ataques de los piratas. Y es que Santa Maria fue asediada sin piedad durante años, hasta tal punto que se tuvo que crear un cargo público –el Memposteiro dos Cativos– con la única misión de negociar la liberación de los rehenes. Al mismo concelho de Vila do Porto pertenece la Praia Formosa, cuyo nombre lo dice todo: es una de las mejores de las Azores. La bahía de Praia, encajonada entre acantilados, es, además, una de las preferidas de los surfistas. Vale la pena admirar la bahía desde el mirador da Macela, situado en la carretera que se encamina hacia Almagreira, famosa por los barros con óxido de hierro y plomo que necesitaban para desarrollar sus trabajos los alfareros de la zona. Pero aún hay más motivos para desplazarse hasta Santa Maria. Uno es conocer Maia, entre la ponta do Castelo y la ponta do Castelete, entre el mar y la montaña, con sus corrales de viñas incrustados en los acantilados. Las cepas del vinho do Cheiro rozan casi el mismo mar. Todo un espectáculo que merece la pena rememorar, mientras nos damos un baño en su piscina natural.

10. Darse un atracón de cracas y otras delicias de mar. Tomar una ración de cracas es una experiencia singular. Es un crustáceo que vive en colonias y se disfraza de roca. Parecen y pesan como rocas, pero en sus orificios se esconde un manjar de sabores confusos, entre cangrejo, percebe y caracol. Según los expertos, exquisito. Hay que extraer la carne con paciencia para no quedarse sin nada. Es un crustáceo abundante en cualquier mar, pero como hay más piedra que chicha, y cuesta arrancarlo, raramente llega a las mesas de los restaurantes. En Azores, sí, prácticamente en cualquiera de sus islas. No es lo único original que da el mar de estas islas. Son típicos, y muy sabrosos, el cabaco, una especie de langosta pero sin tenazas, y la lapa, que se puede comer con arroz o con una salsa elaborada con ajo y perejil. Forman también parte de la dieta habitual de los azoreños el pescado, del que se puede encontrar en los mercados un amplio catálogo: atún, congrio, pargo, sardinas, pez espada, calamares… que serán después cocinados a la brasa. Más contundente resulta la popular caldeirada, frecuente en cualquier restaurante no sólo de las Azores sino de todo Portugal, igual que el pulpo y el célebre bacalao, importado éste desde el continente. Existe también una gran variedad de platos elaborados con carne, procedente de esas vacas que se ven pastando en los recorridos por las islas. Muy recomendables son el bifé a la regional y el bitoque, que es un filete pequeño con un huevo encima. En Terceira hay que pedir su famosa alcatra –estofado de ternera con col, bacon y muchas especias, cocinado todo en una cazuela de barro–, y en São Miguel, el mencionado cocido nas furnas, preparado al calor de los cráteres de la isla, en el interior mismo de la tierra. Autóctono es el embutido conocido como linguiça, servido con inhame, un tubérculo suramericano muy parecido a la patata. Una especial importancia en las Azores tienen los quesos, sobre todo los de São Jorge, que se curan durante algunos meses en salas que mantienen una temperatura constante.

Escrito por: Enrique Sancho – Carmen Cespedosa

Alitalia comenzará ruta Roma – Ciudad de México
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