Sobreviviendo en el mar

Factores humanos en mantenimiento aeronáutico
Un vuelo en el Ford Trimotor de la EAA
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Relato de supervivencia

… Llevo casi seis horas nadando. No siento el cansancio ni el dolor. La necesidad de seguir me hace ignorar las incomodidades. A pesar de ello, las percibo: el agua salada del mar en los labios, el fuerte sol, el peso del overol de vuelo mojado. Desde atrás reconozco el particular “chop chop” que producen las aspas de un Bell 212 mientras se acerca. Al mismo tiempo hay una pequeña tormenta a mí alrededor por el viento arremolinado producido por la aeronave. Dos rescatistas de la Aviación Naval Colombiana, con una canastilla en forma de camilla especialmente diseñada, entran al agua…

Llegaron allí guiados por el marcador de agua, una mancha verde fosforescente que se crea a mi alrededor. Me ubican fácilmente desde el aire. Los rescatistas me alcanzan y gritan que debo soltarme de mi compañero. En medio del agite les grito que no debo hacerlo, pero termino accediendo.

Suelto el gancho y con él se desconecta la driza, una cuerda de alta resistencia que me ha mantenido conectado a mi “rana” –cómo se conoce al compañero de nado. Él, un teniente de la Aviación Naval, nada mejor que yo y por eso estamos juntos en esta situación. Sus ánimos durante las pasadas horas me han mantenido a flote y me esfuerzo por mantener su paso. Era de mañana cuando los dos entramos a las aguas del mar Caribe empleando lo aprendido para sobrevivir.

Durante horas hemos hecho uso de distintas técnicas de nado. Aquella que me queda más cómoda es la de espaldas y, mientras lo hago, escucho los gritos del teniente animándome. Al mismo tiempo miro el cielo y en las nubes encuentro a mis seres queridos; las fuerzas que me dan energías para seguir. La frase más importante que he aprendido para sobrevivir: todo está en la mente

Rápidamente los rescatistas me suben a la canastilla y me aseguran. El estrés crece por la presión con que quedo atado al artilugio, pero entiendo que es necesario para salvaguardar mi vida. La gorra que me ha servido como barrera contra el sol, ahora cubre mis ojos y, en medio de las salpicaduras, atino a ver la silueta del helicóptero sobre mí y un par de cuerdas que caen desde sus costados. El frío del agua se aleja y poco a poco asciendo. A cada lado siento la presencia de los rescatistas.

Esa silueta desdibujada por el sol y el agua, la presión de los arneses que me aseguran y los hombres encargados de mi rescate, me hacen pensar en las miles de personas que han vivido la misma experiencia. Es un sentimiento infinitamente reconfortante saber que la salvación ha llegado. Quisiera que nunca nadie deba vivirla de nuevo, pero en caso de ser así, sé que en este país hay colombianos preparados para rescatarlos. Hombres y mujeres de la Armada Nacional de Colombia.

Minutos después estoy de nuevo en el agua. He llegado a la balsa. Los demás sobrevivientes me reciben y nos vamos acomodando poco a poco para mantener el calor entrecruzando piernas y brazos, una de las formas más eficientes de hacerlo. Llegan otros y el grupo crece; ya estamos completos para iniciar la larga estadía en el agua. Debemos sobrevivir aprendiendo a racionar comidas y bebidas.

No dejo de repetirme que todo está en la mente y sonrío con los comentarios de quienes levantan la moral del grupo. Pero el agite del mar empieza a hacer mella en mi estado. Con el paso de las horas el frío aumenta. Una maniobra de nado en grupo nos hace salir del pequeño letargo en el que estamos y despertamos temporalmente. Ganamos algo de calor y desentumimos el cuerpo. El sol ya cae y la situación empeora para mi. He estado algunos minutos dentro de la balsa y allí el bamboleo de las olas parece que desmejora la precaria estabilidad estomacal que todavía conservo, por lo que es más manejable estar fuera, en el agua. Con la noche y el incremento de las olas mi situación se hace insostenible y los signos de hipotermia son evidentes. Son ya cerca de 11 horas de estar en el agua y me pregunto cómo llegué allí, vestido con overol de vuelo, rodeado de hombres y mujeres tripulantes de las aeronaves de la Aviación Naval Colombiana.

El comienzo

Cuatro días antes tocaba tierra en la Base de Entrenamiento de infantería de Marina ubicada en Coveñas, departamento de Sucre, a orillas del mar Caribe. La noche anterior, mientras los instructores explicaban las técnicas y conocimientos necesarios para sobrevivir en caso de un accidente aéreo en el agua, no imaginé lo que viviría horas después.

La primera prueba no fue la mejor para mi desempeño atlético: tres kilómetros de trote en 20 minutos. Por mi edad y contextura física debí haberlo hecho cinco minutos más rápido. Pienso: “espero que pueda aguantar lo que viene”.

Afortunadamente todavía tengo presente lo que aprendí de mis épocas en la milicia y entrar en ambiente fue fácil para mi mente, pero no para mi cuerpo. Flexiones de pecho, abdominales, ejercicio bajo el sol picante y, como resultado, el primer bajón físico, la primera “desmpencada”.

Luego de una recuperación comenzó el curso de combate en el agua. 400 metros de natación para entrar en calor, ¡tamaña prueba! Después no hubo nada que pudiera superar la especial sensación de vestir el overol de vuelo, botas, equiparme con arnés de combate, equipo de campaña, casco y fusil (así fuera una réplica). Patrullaje en el agua, salto al agua desde tres metros. La distancia de una dos, tres y cuatro piscinas completas aprendiendo las distintas técnicas para flotar y nadar con el equipo de campaña como dispositivo de flotación. Allí la confianza volvió y me sentía seguro.

Al rato tuve que deshacerme de él. Ya sin el equipo empezaron las primeras pruebas complicadas para este relator. Luego de caer al agua desde tres metros, se debe emplear una técnica que consiste en llenar de aire el overol de vuelo soplando en su interior. No es fácil: hay que dejarse hundir un poco para soplar por dentro del cuello de la ropa y luego apretar para crear una burbuja que permite flotar. Pero el peso de la misma, el estrés por no poder mantener la cabeza fuera del agua y la necesidad de completar la prueba; complican la situación. Todo está en la mente y con algo de esfuerzo terminé flotando.

Acompañándonos continuamente está la campana. Hacerla sonar significa desfallecer. Todos pasamos cerca de ella, pero la confianza individual y grupal nos mantiene lejos de tocarla.

Cada nivel de aprendizaje iba disminuyendo el tamaño del grupo. Únicamente aquellos que superaban cada fase podían pasar a la siguiente. Mí final estuvo en la prueba de nado con casco, arnés, botas y fusil; pero sin equipo de campaña. Es posible mantener la cabeza fuera del agua y avanzar rápidamente haciendo uso de la técnica apropiada, pero para me fue imposible hacerlo. Por primera vez sentía un poco de desesperación.

Quienes lo lograron, continuaron aprendiendo cómo ayudar a una víctima que se ahoga en el agua. Desde lejos veíamos cómo el instructor se abalanzaba de manera sorpresiva sobre cada alumno, llevándolo casi al fondo. La idea es conservar la calma y aprender a soltarse de la víctima en pánico, para luego auxiliarla.

Quedaban los últimos alumnos y su último obstáculo consistía en continuos ejercicios de flotación empleando las distintas técnicas, quitar y ponerse las botas, nadar sin descanso y unos cuantos saltos luego de salir del agua. Yo compartí la admiración común por aquellos que lograron completar todos los niveles.

Todos los días compartíamos el régimen de una unidad militar. Levantarse de madrugada, un baño rápido, alistamiento, limpieza del alojamiento, ejercicio y entrenamiento. Cerca del final del curso una nueva y dura prueba física comenzó: seis kilómetros de trote bajo el incesante sol. La moral del grupo ha crecido con los días y los cantos durante la marcha dan ánimo. Ejercicios en barras, abdominales, flexiones de pecho y, de nuevo, al agua.

Ahora nos equipamos con chaleco salvavidas y comenzamos a aprender lo que terminaremos aplicando en el mar. El trabajo en equipo es fundamental. Es un nado sincronizado en el que la fuerza multiplicada de todos aliviana las cargas individuales y los desplazamientos son más eficientes. Nadando de espaldas con las piernas abrazando al compañero frente a mí, él a su vez hace lo mismo con quien está frente a él, todos en fila. Luego llega la balsa que será nuestra morada durante horas. Debemos familiarizarnos con su uso y características. Tratamiento de heridos y técnicas de nado individual pensadas para hacer eficiente el desplazamiento con la máxima conservación de energía. Estamos casi listos.

Salto de confianza

Estoy parado sobre un puente a seis metros del agua. De nuevo llega el pensamiento de que todo está en la mente y los gritos inundan el espacio: “¡Por mi mamá!”, “¡por mi familia!”, “¡por mi esposa!”, “¡por la Aviación Naval!”; cada uno emplea su propia forma de ánimo. La vista fija en el horizonte, una mano en la cabeza, la otra en el pecho sosteniendo el chaleco salvavidas para evitar que golpee la barbilla. Luego el pequeño paso al vacío entrega una enorme confianza. Extrañamente salimos del agua a través de una playa en donde los curiosos nos observan y toman fotografías.

Viene un paso más antes de la gran prueba. Con la llegada de la noche estamos en la playa. Ya estamos organizados por “ranas” y cada una cuenta con una bengala para iluminar la noche. La intención es nadar en medio de la oscuridad y empezar a acostumbrarnos a lo que viene. Pero la naturaleza no lo permitió y la fuerza del agua hizo demasiado peligrosa la maniobra. Viene el último descanso.

Sobreviviendo

De alguna forma ahora soy el primero en abordar el Bell 212 de matrícula ARC222. Me acompañan mi “rana” y otro grupo de compañeros. Al despegar viene a mi mente el recuerdo -un poco infantil- de la música de la serie estadounidense de los años 80 “Misión del deber”, pero el momento está lleno de emoción. Ya aprendí cómo sobrevivir, ahora debo realmente hacerlo.

Luego de unas vueltas arriba de la playa terminamos sobre el mar. Es una mañana soleada y el agua se ve agradable desde arriba. Soy el primero. De todo el grupo, debo ser yo quien llegue primero al agua para iniciar la dura prueba. Las instrucciones visuales y táctiles son efectivas. Me ubico en el patín de la aeronave y frente a mí tengo el puño cerrado del instructor que me indica que debo esperar. Adopto la posición adecuada para entrar al agua, una que se ha vuelto casi familiar. Pulgar arriba, golpe en la espalda y ese pequeño paso se convierte en un salto que, en medio de la emoción, no se percibe. Afortunadamente entro al agua sin problemas e inmediatamente alzo el brazo y hago la señal a la aeronave de que todo está bien. El helicóptero sigue y veo cómo los demás van saltando. Nos vamos reuniendo. Son los primeros minutos de las 36 horas de supervivencia en el mar.

Comenzamos a nadar rumbo a la balsa de rescate. Son kilómetros y kilómetros de mar los que separan nuestro punto de ingreso con nuestro destino; y pensar que al llegar a ella apenas si habremos completado una parte del tiempo total de la prueba.

“El entrenamiento debe ser tan fuerte, que la guerra parezca un juego”, con eso en mente, automáticamente mi cerebro empieza realmente a sobrevivir. Los gritos del teniente, pensar en mis seres queridos, esforzarme una y otra vez con cada brazada. Todo se va convirtiendo en un movimiento automático.

A pesar de lo evidente de la dificultad, el escenario puede empeorar. El sol se oculta, el frío aumenta y las olas también. En un punto tomamos referencia con una casa, una palmera, un objeto distante en la playa, para poder medir nuestro lento avance. Pero luego de un buen recorrido llegamos al remanso que nos regresa constantemente. El punto de referencia se mantiene ahí, inmóvil, por horas y la desesperación aumenta. La única forma de salir de allí es nadando con más fuerza.

… marcador de agua fosforescente, llega el helicóptero, rescatistas, salgo del agua, entro a ella, llega la noche, llega la hipotermia…

Infortunadamente también tuve que aprender la forma en que la mente que no es lo suficientemente fuerte para sobrellevar las condiciones de supervivencia, es la que realmente impide sobrevivir. Las técnicas de nado, la teoría, los entrenamientos; sirven para que el cuerpo conozca las mejores formas de aprovechamiento de la energía. Pero es realmente en la mente donde está la capacidad de superar los obstáculos. Un “no” a la pregunta de si quería continuar en la prueba, luego de salir temporalmente del agua debido a la hipotermia, abrió el camino que me llevó a una ducha, un corto descanso y a sacar la mente por unas horas del estado de “sobreviviente”, del estado de “militar”.

Retorné unas horas después, un poco más recuperado. Por vez primera vi a mis compañeros desde fuera, tal y como me veía yo unas horas atrás. Su condición es excelente, incluso luego de más de 24 horas en el mar. Su ánimo no ha caído. Han aprendido a utilizar los elementos de emergencia para el día y la noche. Siguen sobreviviendo. En medio de esa difícil situación todavía es necesario mantener la mente lúcida para saber cómo usar todos los equipos con que cuentan a bordo de las aeronaves en caso de vivir una experiencia así en situación de emergencia.

Llegó el final y estoy viéndolos salir del agua. En grupo deben sacar la balsa del mar. Mi pensamiento sigue recordándome que todo está en la mente y estoy seguro que podría estar allí entre ellos, entre los que sobrevivieron a la prueba y se preparan así para operar las aeronaves de la Aviación Naval Colombiana. Al comienzo me aborda la frustración por no hacer parte del grupo que sale del agua, pero luego siento un orgullo enorme al estrechar la mano de cada uno y felicitarlos. Luego de varios días conviviendo, nos hemos convertido en una pequeña familia y a pesar de iniciar como desconocidos, en ese momento para mí son grandes compañeros, pero sobre todo: hombres y mujeres preparados.

El último día trae las últimas instrucciones. El esfuerzo no termina y con overol de vuelo seguimos aprendiendo cómo utilizar las botellas de oxígeno en caso de que la aeronave caiga al agua. Una de las situaciones más apremiantes, en caso de que esto se presente, es que la cabina se invierta y el cerebro pierda el sentido de orientación. Para ello aprendemos a mantener la calma y contener el aire en los pulmones, ubicando el cuerpo en posiciones no naturales bajo el agua.

La corta semana ha llegado a su fin y es el momento del grado. La pequeña ceremonia en la playa, rodeada de toda la tradición militar que preceden el Himno de Colombia y el Himno de la Armada Nacional de Colombia, sirve para recordarnos que todo lo aprendido está destinado a aumentar las probabilidades de supervivencia en caso de un accidente en el agua. Esta es la forma en que las tripulaciones de la Aviación Naval Colombiana se preparan para cumplir su misión diariamente sobre los ríos y mares del país.

Es un fuerte curso donde las técnicas de combate en el agua y las técnicas de supervivencia, aumentan la confianza y capacidad de los hombres y mujeres de esta institución. La camiseta con la palabra “Sobreviví” es símbolo de haberlo logrado y estar listo para continuar volando en los aviones y helicópteros navales.

El curso “Tritón” finaliza y sé lo que es este entrenamiento. No puedo sino congratular a mis compañeros y decirles, con total sinceridad, que admiro su trabajo y entrenamiento y, de seguro, no soy el único que confía en sus capacidades, luego de haber vivido en experiencia propia lo que es entrenarse para sobrevivir y ser parte de la Aviación Naval Colombiana, institución que los entrena a través de este y otros cursos, para operar y mantener las aeronaves militares que surcan el cielo colombiano e internacional salvaguardando la vida de otros.

Regreso a la vida cotidiana y mis compañeros continúan dentro de la Armada Nacional, llevando diariamente el uniforme, volando, trabajando por Colombia.

Las imágenes

Acompañan este relato una serie de fotografías que ilustran en parte la experiencia del curso y una nota producida por el magazín “Bienvenidos a Bordo”, de la Escuela de Suboficiales de la Armada Nacional, y realizado por el CN (RN) Demetrio Aguas, que reproducimos a continuación con autorización de la Institución:

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El helicóptero, el agua, los sobrevivientes.

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Calentamiento de mañana antes del ejercicio rutinario

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La primera prueba: tres kilómetros de trote.

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Hombres y mujeres se esuferzan por igual.

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El sol que acompaña la actividad física.

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El canto anima al grupo.

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Curso de combate en el agua.

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Aprendiendo las técnicas y aplicando el trabajo en equipo.

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Vista al horizonte, un paso adelante…

Curso Supervivencia Aviacion Naval Colombia 2
Ejercicio y más ejercicio.

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La campana siempre acompañante. “Que la mano de la derrota no perturbe el silencio de la victoria”.

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Aprendiendo técnicas de supervivencia en el mar.

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Curso de supervivencia.

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Luego de 36 horas en el agua, un poco más de ejercicio.

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Trabajo en equipo después de superar la prueba.

Sobreviviendo en el mar | Aviacol.net El Portal de la Aviación ColombianaCeremonia de grado.

Aviacol.net y el autor de este texto, dan un especial agradecimiento a la Armada Nacional, Aviación Naval, Escuela de Aviación Naval y Escuela de Entrenamiento de Infantería de Marina por haber dispuesto la posibilidad de vivir el Curso de Escape de Cabina y Técnicas de Supervivencia Acuática “Tritón” y el Curso de Combate en el Agua, con el fin de dar a conocer una parte de la forma en que se entrenan las tripulaciones aéreas de la Armada Nacional de Colombia.

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