Catástofres aéreas y su repercusión en personas con miedo a volar

"Milagro" sobre el río Hudson
El 2010, año histórico para la aviación en Colombia
Por: Dr. Víctor F. Bertoli
 
Todo accidente aéreo con pérdidas totales de vidas sensibiliza a todo el mundo. Muchísimo más a aquellas personas temerosas de volar. Le atribuyen a Picasso la siguiente expresión: “No le tengo miedo a la muerte. Le tengo miedo al avión.” De lo cual se desprende, que quienes tienen miedo a volar, desplazan sus diferentes temores inconscientes al avión. Después de aquel fatídico 11 de Septiembre del 2001, todos mirábamos con cierto recelo a los aviones.

 
Se cerraron aeropuertos, se reforzaron al máximo las medidas y controles de seguridad, pero la gente en general trataba de postergar sus vuelos dentro de las posibilidades de poder hacerlo. Nadie volaba por placer en aquellos momentos, sólo lo hacían aquellos que por fuerza mayor, trabajo, obligaciones sociales, compromisos oficiales, etc. debían subirse a un avión.

Debido al accidente del vuelo AF 447 ocurrido el 1º de Junio del 2009 despegado de Río de Janeiro con rumbo a Paris, he recibido llamados y mails de mis pacientes preguntándome si un rayo podía derribar un avión. Yo no estoy en condiciones de saber de dónde salió esa información, pero sí puedo contestar con seguridad que ningún rayo hace caer un avión. La cabina de la aeronave funciona como una gran jaula de Faraday, es decir, crea exteriormente un campo electromagnético que rechaza y descarga a tierra toda actividad eléctrica como puede ser un rayo.

Yo sería un necio y estaría totalmente alejado de la realidad si no planteara la posibilidad de una emergencia, un incidente o un accidente, que de hecho existen. En una mínima proporción, si los comparamos con los ocurridos en los automóviles. No trato de  restarle importancia al tema, sino ubicarlo dentro de los parámetros probabilísticos, sabiendo que las posibilidades de un accidente aéreo son mínimas. Lo que ocurre, es que una catástrofe aérea, siempre encierra una luctuosa espectacularidad por el número de víctimas que ocasiona.
De ninguna manera mis opiniones, como lo digo en mi libro Vuele Sin Temor, intentan ser un himno irresponsable a la alegría y subestimar el dolor de los que han perdido a un ser querido o los que sobrevivieron a la dura experiencia de un accidente aéreo. Todo lo contrario, sólo que si ello es real, también posee una potente dimensión de verdad las incontrovertibles cifras de los innumerables aviones que despegan y aterrizan diariamente en el mundo, sin la menor novedad. Esto no es noticia ni vendible ni comprable.
La difusión de información frente a una catástrofe aérea, por casi la mayoría de los medios, se torna, en mi opinión, exageradamente reiterativa y además, en muchos casos se basan en hipótesis y comentarios poco fiables. Las hipótesis son sólo eso, hipótesis que necesariamente deben ser demostradas. Esta situación colabora en llevar más preocupación a quienes padecen de miedo a volar.

Mi propuesta es informar, orientar, tranquilizar sin omitir aquello que podría no ser tan bueno, como por ejemplo las turbulencias, las emergencias, los incidentes y los accidentes, pero en su justa dimensión y con la prudencia de la confirmación de los hechos, tratando de evitar una difusión apresurada y errónea.

Dicho sea de paso, es conveniente aclarar que un porcentaje de los pasajeros que han sufrido un incidente, como por ejemplo un despiste o una despresurización de la cabina, suelen permanecer particularmente sensibilizados durante un período de tiempo, padeciendo de un miedo post-traumático. Esto de ninguna manera significa una fobia y no siempre requiere de tratamiento.

Lo ocurrido el 11 de Septiembre de 2001 es un ejemplo del bombardeo mediático de información, las imágenes televisivas eran contundentes en sí mismas. Se repetían las secuencias de los impactos desde distintos ángulos, con diferentes técnicas que reproducían las mismas en forma normal, lenta o detenida, una y otra vez. Este espectáculo dantesco fue visto por todo el mundo, generando un sin fin de sensaciones aterrorizantes, que iban de la perplejidad al pánico y de la incertidumbre a la angustia más profunda.

Retomando el tema del reciente accidente del vuelo de Air France 447, puedo decir que, en general las tormentas no representan riesgo alguno para la seguridad del vuelo. Me refiero a aquellas que pueden ser atravesadas sin dificultad dentro del nivel de agresividad de las mismas, situación detectada con exactitud por los radares meteorológicos de las aeronaves, además de todos los datos sobre la meteorología del trayecto a volar suministrados a los pilotos en tierra antes de subir al avión. Podrá haber mayor o menor turbulencia o  actividad eléctrica, pero las aeronaves están preparadas para estas situaciones. Si bien es cierto que dentro de las denominadas nubes Cúmulos Nimbus suelen existir vientos desde hasta 200 km. por hora, que generan corrientes ascendentes y descendentes que podrían destrozar el avión, ningún piloto se atrevería a meterse en ellas, el desvío de la trayectoria del vuelo para evitarlas es el procedimiento de rutina. En las personas con miedo a volar, las más mínimas turbulencias hacen recrudecer sus temores, generadores de mucha ansiedad y angustia. Obviamente una catástrofe como la ocurrida con el vuelo AF 447, genera un alerta en todo el mundo, más aún teniendo en cuenta los interrogantes en cuanto a los motivos que dieron lugar a este accidente en particular. Si a esto le sumamos, lo ya comentado anteriormente sobre la difusión de información apresurada y débilmente fundamentada e imprecisa, se logra aumentar la incertidumbre del pasajero temeroso a volar.

Poco sabremos con certeza antes de encontrar y decodificar las cajas negras del Airbus 330 siniestrado, que de acuerdo a las últimas noticias, ya habrían sido localizadas por la marina francesa, pero aún no rescatadas del fondo del océano. Es muy importante saber qué pasó, para que los familiares de las víctimas puedan aliviar la dolorosa pérdida y elaborar el duelo de la forma menos traumática posible.

Dedico muchas sesiones de terapia aclarando a los pacientes con miedo a volar, sobre las medidas de seguridad internacionales que se aplican a la aeronavegación comercial y toda la tecnología aplicada, tanto en la fabricación de los aviones, como en los sistemas de control terrestre, para que cada día, los vuelos sean aún más seguros y confiables. Si bien esto no es suficiente para calmar sus temores, el saber algunas cosas que para el común de la gente pueden ser “misteriosas”, por ejemplo que un aparato de más de 200 toneladas pueda sostenerse en el aire, desarrollar velocidades de 900 km. por hora y alcanzar alturas de 12.000 metros,  sirven porque es una tarea tendiente a informar y desmitificar tal aparato y atenuar las fantasías fatalistas de los pacientes, mejorando su confort psíquico a bordo.

 
Dr. Víctor F. BertoliDr. Víctor F. Bertoli
Médico psiquiatra.
Médico Examinador de Personal Aeronavegante
Piloto Privado de Avión
Autor del libro: “Vuele Sin Temor”
www.vuelesintemor.com.ar.

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