Con la mejor voz de piloto de aerolínea que pudiera generar bajo las circunstancias, le pregunté si estaba completa e irrefutablemente seguro de lo que estaba haciendo. ¿Qué tal si de pronto cambiaba el tiempo? Esas nubes en la distancia lucían muy sospechosas. ¿Los fulanos en la torre de control estaban como de mal genio, ¿no? Creo que hasta cuestioné su sanidad mental. – Ignorándome por completo, procedió a explicar sobre las características de vuelo que debía esperar del avión al eliminar el peso generado por su cuerpo, etc., etc.
El día estaba claro, soleado y la temperatura ambiente en 52° F. Una suave brisa soplaba del noroeste y hacía sentir la temperatura en los 45° F. El pronóstico del tiempo mencionaba una baja de presión barométrica y la proximidad de un frente frío asociado con fuertes vientos. Se esperaba su llegada para las horas de la tarde.
Control tierra me autorizó a la pista 5 vía calle de rodaje Bravo, derecha en Alpha y despegue en la intersección con Echo. Me hubiese gustado que me dieran todos los 6.000 pies de pista pero la Cessna 150 a duras penas necesita una fracción de todo ese terreno para despegar, así que no tuve más remedio que conformarme con los 5.000 pies restantes. Una vez en la rampa, y después de ejecutar los chequeos de rigor al motor, instrumentos y controles de vuelo, engruesando la voz, informé a la torre que estaba listo en la pista cinco, que este era mi primer solo y que, de ser posible, me gustaría tráfico por la izquierda. Sentí un dejo de burla en la voz del controlador cuando me replicó “Por favor contacte la torre en 118.1” ¡Se me había olvidado cambiar la frecuencia en el radio y estaba aún con control tierra! Visiblemente avergonzado, cambié la frecuencia y, con voz más humilde esta vez, repetí mi letanía al controlador de torre. –Ya la embarré, empezamos de maravillas, pensé para mi mismo.-
La torre pasó a autorizar mi salida con virajes a la izquierda y me informó la dirección y velocidad del viento: 360° y cinco nudos respectivamente. La presión barométrica era de 29.92.
Hora de iniciar el giro de base y luego la aproximación final; reducción de potencia a 1.000 RPM, más flaps, asegurarse una vez más de que la mezcla está a full, vistazo rápido por tráfico. Cruzo la cerca que separa la pista del camino de mantenimiento, reduzco toda la potencia y simultáneamente comienzo a levantar la nariz; el avión flota interminablemente y, de pronto, aterrizamos suavemente. La reunión de caucho con cemento no podía haber sido más óptima. -Caramba, si por lo menos lo hubiésemos filmado-. La euforia que sentí era indescriptible. No importaba que apenas estuviera comenzando el arduo trabajo de los siguientes dos años. No importaban las levantadas temprano, el viaje de dos horas a Teterboro, el rigor y temperamento penetrante de Ángelo; todo quedaba olvidado en este día. ¡Este era mi día!
El segundo y tercer aterrizajes fueron sin consecuencia. Durante el carreteo de regreso a recoger a Ángelo, la torre me dio las felicitaciones de rigor. El pecho se me ensanchó de orgullo.
Ángelo ofreció volar de regreso a Teterboro (nuestra base) y se lo agradecí profundamente; yo estaba consumido en mis pensamientos, recordando cada detalle de lo que había sucedido. No se habló una sola palabra durante el vuelo de regreso. Ángelo entendía perfectamente, yo estaba en mi santuario.
Hace treinta años, en una fresca mañana de diciembre, volé solo por primera vez en un pequeño pueblo en Nueva Jersey llamado Morristown. Ángelo Talarico tenía toda la razón: ese día jamás se olvida.