Qué equivocados estábamos. Después de muchos ruegos, riñas, negociaciones, promesas, y razonamientos, las previamente mencionadas pretendientes accedieron, de manera muy reluctante, a acompañarnos a Atlantic City.
Con la planeación propia de un viaje alrededor del mundo, estudiamos detenidamente las cartas aéreas memorizando cada uno de los aeropuertos, vías, frecuencias de radio e intersecciones por las que nuestra planeada ruta pasaría. Comenzando una semana antes del anticipado viaje, visitábamos diariamente la oficina de Flight Service, donde en aquellos tiempos se obtenía información sobre condiciones metereologicas, condiciones de los aeropuertos y reportes de pilotos. (No, no Internet en esos días).
El esperado día por fin arribó. Habíamos reservado el avión más nuevo de la flota: una resplandeciente Cessna Skyhawk, impecable, certificada para volar por instrumentos con lo último en radios y equipo de navegación; era el orgullo de la escuela. El costo para rentar el avión era bastante alto pero al momento el costo era inmaterial, teníamos que dar una buena impresión a las muchachas y al mismo tiempo queríamos arribar en estilo a Atlantic City.
El día se presentaba claro, húmedo y caluroso; los cálculos de peso y balance estaban dentro de los límites establecidos, aparte que, propio de nuestra juventud, estábamos en forma, en la línea y sin extra peso que considerar. -Cabe indicar que el mismo viaje con las mismas condiciones seria imposible de efectuar hoy en día.- De cualquier manera, queríamos alzar vuelo antes de que la temperatura ambiente subiera para evitar los efectos de reducida densidad en el aire y el consiguiente deterioramiento de eficiencia del pequeño avión.
Se decidió que Diego volaría la primera etapa. Una vez abordado el avión, continuamos con la lista de chequeos. En una de las pausas escuchamos la voz de María Eugenia (la novia de Diego) rezando muy quedadamente e invocando a todos los santos: “Ay San Antonio Bendito ayúdanos, alabado San Cristóbal, ayúdanos. Ay San Judas Tadeo, protégenos.” – Con la manera y acento que solo los Antioqueños pueden producir, Diego se gira visiblemente molesto y le dice a su enamorada “!Oí pues María, deja de montar tanto hijuemadre santo que vamos a sobrecargar el avión!” Después de unos segundos de reflexión, no pudimos contener la risa y los cuatro reímos como idiotas por unos cuantos minutos. Sobra decir que el apunte sirvió para relajarnos un poco de la tensión por la que estábamos pasando.
Entre las muchas preocupaciones del viaje, la mayor era la de mantener la distancia adecuada con la base de la fuerza aérea Thomas B. MCGuire, la cual se encontraba exactamente bajo nuestra ruta de vuelo. Nuestros colegas militares son medio quisquillosos de su espacio aéreo y se ponen insoportables cuando inadvertidamente alguien vuela sobre su terruño. No solo se tornan hostiles sino que le van con el cuento a la FAA, quienes, indudablemente, dejarán caer toda su fuerza burocrática implacable y despiadadamente sobre el desdichado piloto, quien, muy seguramente, sufrirá la suspensión temporal de su licencia o, peor, la revocación total de la misma. -Algo así, definitivamente, nos arruinaría el paseo, por consiguiente queríamos evitarlo a toda costa.-
Finalmente emprendimos vuelo con destino final al hoy extinto aeropuerto de Bader Field, en Atlantic City. Debo mencionar que este era sin lugar a dudas, uno de los vuelos más simples y elementales posibles. Una vez se rodeaban los aeropuertos de Newark y la antes mencionada base aérea, volando sobre la costa se llegaba al aeropuerto sin peligro de perderlo. Estimado tiempo de vuelo 50 minutos, distancia 86 millas. Pero, naturalmente, queriendo demostrar a nuestras acompañantes nuestro profesionalismo, habilidades y conocimientos aeronáuticos, empleamos métodos de navegación y comunicación, que dejarían en pañales a los astronautas del Shuttle Atlantis. – Verificando cada cinco minutos tiempo de vuelo, ETAs, calculando la velocidad con tierra, combustible, posiciones, llamadas a Flight Service para tener la información más actual del tiempo y demás tareas, llegamos por fin a nuestro destino.
Bader Field era conocido por vientos cruzados y naturalmente no podían faltar en este viaje. Diego negoció el aterrizaje apropiadamente y desembarcamos en el terminal sin ningún contratiempo. Una vez cerrado el plan de vuelo, alquilamos un auto y emprendimos camino para la playa seguido después por un almuerzo en los casinos. Al cabo de unas cuantas horas, decidimos regresar a Teterboro.
Cuál seria nuestro desmayo cuando saliendo del casino nos encontramos con cielos oscuros y vientos elevados. Una llamada a operaciones confirmó que los techos habían caído, sin embargo las condiciones para volar visualmente continuarían. Lo inquietante era el viento, ya que estaba soplando con ráfagas de 20 nudos por hora.
Con mucha consternación, y después de poner en duda la reputación materna de los individuos de la oficina de Flight Service por habernos asegurado un día perfecto, reuní a la tripulación y pasajeros, quienes, con mirada vaga, ojos dilatados por el estrés y con semblante alarmado, declararon colectivamente que yo, y solamente yo, era responsable por el vuelo de regreso y que la decisión final de proseguir era enteramente mía.
Con temor de un eminente motín abordo, decidí persistir con el vuelo de regreso y minutos más tarde nos hallábamos en el aire. Atravesando los primeros 1.000 pies encontramos mediana turbulencia pero una vez alcanzada nuestra altura de crucero el viento se calmó como por arte de magia. La visibilidad y los techos estaban, igualmente, mejor de lo pronosticado. Una vez todo estaba en calma, tomé un minuto para observar a Melba durmiendo plácidamente y a María Eugenia plenamente relajada chequeando el mundo exterior por la ventanilla del avión.
El arribo a Teterboro fue sin mayores complicaciones. -El viaje, inolvidable.-
La amistad de los protagonistas de Aventura: Atlantic City, floreció y a través de los años se afianzó y sembró raíces muy profundas. Las abnegadas heroínas de esta historia nos han tolerado por cerca de tres décadas y son hoy en día nuestras queridas esposas y las dedicadas madres de nuestros hijos.
Diego es comandante de B-767-200 y vuela para una aerolínea colombiana.