El ASK 21 se siente ridículamente lento y por un momento me siento suspendido en la mitad del aire. Increíblemente, el indicador de velocidad muestra 42 nudos, la Piper Archer que regularmente vuelo entra en pérdida a 55 nudos. -el planeador a 35.- Sin embargo, a estas bajas velocidades, el ASK 21 está en su elemento, mientras que yo, no acostumbrado a ellas, me siento algo cohibido.
Mis ojos no se apartan del halcón y aunque odio perturbarlo en su dominio, me consuela saber que después de todo él es el perito en esta clase de vuelos y no tendrá dificultad encontrando otra onda termal para continuar su planeo. Yo en cambio necesito recurrir a todos los medios para prolongar mi vuelo y disfrutar de unos minutos más de este espacio en el cual soy forastero.
Momentos más tarde encontramos la onda termal, el variometer se despierta e inmediatamente, con un sonido apresurado, me indica un ascenso de 200 pies por minuto. Segundos después declara 1,200 pies y en continuo ascenso. ¡Wow!
Todo esto ha sucedido en menos de seis minutos. Miro a mí alrededor buscando tráfico. En la distancia veo un Schweizer 2-3 de color amarillo dando círculos cerrados sobre la base de una pequeña montaña, no duda negociando altura. Por un instante cierro mis ojos y respiro profundamente; es difícil explicar lo que sucede en este instante: silencio absoluto sin ruido de motor, dominio total sobre el vuelo, la visibilidad ilimitada. ¡Estoy suspendido en el aire, planeando! Serenamente siento la sensación dentro de mí, muy interiormente en mis bancos de memoria cuando posiblemente en una pasada vida fui un animal prehistórico, (un pájaro, sin duda) ¡Estoy remontado surcando las olas del viento, volando con halcones! ¿Cómo explicar esta sensación intoxicante? Es una impresión cerebral y física al mismo tiempo, acompañada de un nudo en el pecho y una infinita felicidad. Armonía y amor en alas silenciosas.
Muchas veces en la quietud de la noche tratando de conciliar el sueño recuerdo paso a paso vuelos como este, los cuales perduran por horas enteras en mi mente. Desafortunadamente en la vida real no sucede así. En cuestión de microsegundos me recupero del orgasmo mental y mi sanidad vuelve a la realidad respondiendo al lánguido e incesante sonido del variómetro el cual me indica que estamos perdiendo altura. Confirmo con el altímetro y observo por unos instantes cómo la manecilla del indicador inicia su retorno a los números bajos. Pongo en práctica todos mis conocimientos de “piloto de planeador” para robar unos cuantos pies más de altura y persigo a la termal por todos lados, pero es en vano, la he perdido. Me concentro en el siguiente paso no sin antes recapacitar, o mejor lamentar, que tantos mortales nunca sentirán esta experiencia tan única e inolvidable. Planear es sin duda lo más cercano a volar como un ave.
Durante el descenso tengo que contener el poderoso deseo de ejecutar un loop o un roll y me conformo con un par de maniobras comerciales: dos Chandelles y un Lazy Eight. La altura restante no me da para más.
Una de las partes más difíciles de volar es sin duda el aterrizaje, y en un planeador es mucho más problemático debido a la ausencia de motor. Si se falla la aproximación, el vuelo pasará a ser con mucha probabilidad, una estadística. No hay una segunda oportunidad, no existen sobrepasos. Un solo chance y nada más. Por fortuna, los planeadores están diseñados para aterrizar, poco más o menos, en cualquier campo abierto donde el piloto pueda acomodar las súper largas alas. Lo peor que puede suceder, además de asestarle un golpe a algún objeto, es la enorme vergüenza por la que el piloto tendrá que pasar explicando cómo terminó en un parqueadero, o en medio de un partido de fútbol, o en una calle cualquiera.
Un error común en principiantes y pilotos de aviones con motor volando planeadores, es el de iniciar la aproximación con más altura de la debida. Estar muy alto es tan peligroso como estar muy bajo debido a que, entre otras cosas, se corre el peligro de embestir otros planeadores esperando despegar (y por consiguiente matándose y matando unos cuantos más en el proceso, lo cual sería bastante vergonzoso) o aterrizando más allá de los confines de la pista y verse obligado a arrastrar el planeador hasta el área de parqueo. Igualmente, muy vergonzoso.
Por consiguiente, la idea es mantener el ángulo y la velocidad correctos. La mejor forma de mantener el ángulo adecuado es con los spoilers los cuales actúan como frenos aerodinámicos y destruyen el desplazamiento del aire sobre las alas obligando al aparato a bajar rápidamente. La velocidad se controla con la columna de control.
Bien, estamos sobre el perímetro del aeropuerto y tengo que traer este hermoso aparato a tierra sin un solo rasguño y, bajo ninguna circunstancia, arriesgar pasar una vergüenza.
Lista de chequeo:
1. Viento: Ligera brisa del oeste. No problema.
2. Velocidad: 50 nudos. (45 recomendado y 5 para mí) Listo.
3. Trim: Ajustado para aterrizar.
4. Tráfico: ¡Ojo! veo otro lunático en la pista esperando el remolcador.
5. Spoilers: Mi sudorosa mano descansa sobre el control preparado a utilizarlos.
Estamos sobre la pista: cincuenta pies… cuarenta… veinte… diez. Inicio el flare, oprimo con el pie el pedal izquierdo para mover la trompa y traerla derecha sobre la pista. Alas niveladas… ¡alas niveladaaas!… mantener dirección con los pies… mantener esta actitud… spoilers medio afuera. ¡Bang! Tocamos pista, un poco duro pero no rebotamos, a Dios gracias. Muevo el control de mando todo hacia el frente. La trompa cae… Saco los spoilers completamente, la velocidad disminuye…
Mientras espero el remolcador observo a mi hijo José Vicente, con los dedos pulgares hacia arriba, manos extendidas y con una sonrisa de oreja a oreja. Esto me confirma que ya volvió de su vuelo con John, el instructor.
Mi mirada se torna al cielo buscando señales que nos ayuden a aferrarnos al aire y prolongar el vuelo.
El planeador ávidamente levanta vuelo anticipando el despegue del remolcador. Los halcones nos esperan…