Mujer, piloto, modelo, actriz, reportera ecológica suramericana, auxiliar de vuelo, aventurera, madre; la vida de Angélika Helberger Frobenius ha tenido toda clase de matices e historias destacables que son un gusto de escuchar. En el medio de la aviación, ella se convirtió hace varios años en la primera mujer piloto comercial de pasajeros de Colombia y las Américas y su paso por este apasionante mundo quedó grabado en su memoria.
La ciudad alemana de Frankfurt am Main la vio nacer el 23 de febrero de 1940 como parte de una familia aristocráticamente intelectual, como ella la llama. Su abuelo, Leo Frobenius, fue etnólogo y explorador del África. Tal vez ese espíritu adelantado fue el que Angelika heredó y que la llevaría a convertirse también en una adelantada de su tiempo.
La conexión colombiana viene de su madre, que se casó con un colombiano y vino a vivir al país. Años después Angelika haría lo propio y arribaría en 1959, aprendiendo la vida de campo en San Martín, Meta. En 1962 se trasladó al Valle y detrás del Cristo Rey de Cali hizo un gallinero: “Todavía me han dicho que aun suena en la memoria por ahí ‘la mona de los huevos’, esa era yo”. Todo era muy romántico, dice: “Yo llegué a ir a cine a caballo, con eso le digo todo”.
El tiempo la llevaría a Bogotá, donde trabajó como modelo y actriz “Fui la secretaria trilingüe de ‘Yo y tú’, fui también novia de Pepe Sánchez”. Con el paso de los años terminaría como representante de ventas de Air France.
La aviación comienza
En esa búsqueda de saber dónde aterrizaría, fue nada más ni nada menos que con Juan Pablo Ortega, Presidente de Avianca de la época, y le hizo una propuesta insólita: que la aerolínea financiara el curso de piloto comercial, la aceptara como copiloto de DC-3 y ella le iría pagando la deuda poco a poco. Ortega se comprometió a que la ayudaría cuando ella llegara con la licencia en el bolsillo.
La pasión la llevó a ser auxiliar de vuelo por un año y medio en Avianca, sin embargo su intención de ser piloto la enfrentó a las dificultades en un medio que para la época era exclusivo de los hombres y el machismo se presentaba como algo común. Acumular las horas de vuelo y obtener su licencia le implicaron incluso volar a Argentina para evaluar sus capacidades, pero finalmente recibiría su brevete en 1968.
Su primer trabajo fue en Taxi Aéreo de Caldas TARCA. En Manizales se hizo amiga de un “barranquito” cerca de la pista, como ella lo llama: “Lo saludaba todas las mañanas, hasta que un día se me fueron los frenos y llegamos a La Nubia. Había llovido toda la noche, la zona de seguridad era un barrial y tenía 10 nudos de cola. Aterricé bien, pero el avión no paraba, así que lo estrellé contra el barranquito, el avión dio una vuelta, siguió y paró a dos metros del abismo. Todos salimos ilesos gracias al “barranquito” y a mi decisión de hacer lo que hice. Siempre cuento esto porque dicen que las mujeres no tenemos criterio”.
Con ese incidente en 1969 se despidió de TARCA y empezó una ardua lucha para ingresar a SAM. El 1 de septiembre de 1970 comenzó como piloto en la aerolínea, luego de superar varias incomodidades con sus compañeros de trabajo hombres.
“Empecé a volar DC-4 tras un chequeo terrible. El instructor me quería rajar sí o sí, pero yo de eso no me di cuenta, yo estaba feliz y volaba feliz con exigencias bastante extrañas que pensé que eran normales: hacer virajes escarpados de 45° en el DC-4, sin estabilizador y sin perder un pie. Yo lo hice y cuando me pidió que lo hiciera con el estabilizador le dije: ‘no gracias, ya no lo necesito´”.
Recuerda las matrículas y los vuelos de carga y pasajeros a El Bagre, Planeta Rica, Barrancabermeja o Miami en el HK-528 o el HK-526. Así ganó más experiencia, pasando luego a operar Lockheed Electra y finalmente, en 1977, Boeing 727 en Avianca.
Pero su espíritu seguía llevándola lejos y su deseo de ser madre afloró: “La mejor emancipación femenina es siendo madre. Naturalmente para Avianca eso fue terrible, absolutamente inconcebible”. Eran otros años en donde la necesidad de un estatus organizado, de un nivel social aceptable, de clasificarse, eran casi obligados; Angelika afirma que esto se mantiene en nuestros días.
“En realidad no me echaron por maternidad. A mi modo de ver me echaron porque yo me había atrevido a entrometerme en ese mundo masculino, es decir: había irrumpido y no lo había respetado con sus fórmulas”.
Y es que Angelika hizo de su profesión algo único: volaba con falda pantalón, medias de lycra, una boina, corbatín, zapatos con tacón grueso y lo último en la lista de chequeo era el lápiz labial: “Siempre quería mostrar que era mujer, siempre fui elegante y lo hice con amabilidad. Creo que son factores para enaltecer y dignificar a la mujer”.
Le tocó vivir historias interesantes, como la del secuestro del HK-1274, el más largo de la historia de la aviación. Su preocupación la llevó incluso a la casa de Carlos Lleras Restrepo a las 10 de la noche con el uniforme de piloto, a pedirle que solicitara asilo en Argentina para los secuestradores. Su único fin era hacer algo para que esa situación terminara.
Ese deseo de ir más allá, de responder cuestiones profundas de la vida que generó la necesidad de ser madre, vendría a terminar su carrera en la aviación en 1980. Allí comenzaron nuevas historias y aventuras en campos humanísticos y sociales, emprendió el viaje “Descubriendo América 500 años Después”, vivió en Argentina, creó una fundación y empleó su tiempo a favor de los campesinos y agricultores.
Hoy sigue activa y se cataloga como reportera ecológica suramericana, vive en Bogotá y recuerda sus tiempos en la aviación con una sonrisa. Ya su legado ha quedado para siempre en los libros y ser la primera mujer piloto comercial de las Américas hace de Angelika Helberger Frobenius una adelantada a su tiempo que supo ver en el cielo una forma de encontrar la humanidad.
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